¡Buenas tardes! ¿Me has echado de menos? Yo a ti tampoco mucho. Bueno, un poquito. He estado pensando en ti cada vez que me venía a la cabeza el blog, pues deseaba compartir contigo la lectura de este mes.
Hace mucho que Oscar Wilde entró en mi panteón personal de escritores, especialmente desde que fui consciente de lo que era la literatura inglesa de finales del siglo XIX: una maravilla impresa. Ya te he contado en alguna entrada anterior que me encanta la literatura inglesa, especialmente la victoriana, y nunca me cansaría de leer tanto libros de esta época como sobre esta epoca.
Este mes he escogido un libro en el que se incluyen los dos escritos que redactó Wilde durante y después de su estancia en prisión. Por si no lo sabías, te cuento: Oscar Wilde era muy amigo de Lord Alfred Douglas, muy amigo, no sé si me entiendes. El padre de Alfred, el marqués de Queensberry, no aprobaba dicha amistad y aprovechaba cada ocasión para poner a Oscar en evidencia ante el público que lo consideraba un gran dramaturgo (que lo era, y lo sigue siendo). Entonces, animado por Bosie (apodo cariñoso de Alfred), y bastante a regañadientes, Oscar lo denunció. Sin embargo, no le salió bien y acabaron condenándolo a él a dos años de trabajos forzados en la prisión por lo que entonces se llamaba "indecencia grave" y ahora se llama "homosexualidad". Eran muy discretos para ser tan morbosos. Durante su estancia en la cárcel escribió una larga y extensa carta dirigida a Bosie y, al salir, un extenso poema. Hechas las explicaciones, te digo que hoy nos ocupa la carta, texto que tituló De Profundis (del latín, "desde las profundidades").
También incluye un pasaje en el que divaga sobre la figura de Jesucristo y su papel para con la sociedad en la que vivió. Me resultó un tanto chocante, pues no reconocía dios alguno y repudiaba la religión. Sin embargo, cierto es que, al final de su vida, acabó por convertirse al catolicismo. No lo entendí hasta que leí caí en la cuenta de que Wilde era versado en la literatura clásica y el mundo griego le fascinaba. Hay muchas referencias tanto a la poesía como a los filósofos clásicos, además de a sus propias obras. La verdad, es un tanto desgarrador, más que nada por las causas que lo llevaron a acabar encerrado entre barrotes, unas causas que hoy en día serían impensables en el mundo occidental y que, desgraciadamente, aún siguen existiendo en algunos países. Es una lectura triste pero enriquecedora, dura pero constructiva, descorazonadora pero llena de esperanza.
No sé tú, pero, cuando me gusta un escritor, siento el urgente deseo de conocer más sobre su vida, sobre sus costumbres, sus lugares favoritos, sus pensamientos e ideas má allá de las obras literarias. A veces me siento un poco cotilla y entrometida, pero es que no puedo evitarlo. Quiero saber más y más, y nunca es suficiente. ¿Te pasa a tu también o soy la única fisgona aquí?