Hola y bienvenido seas, visitante habitual, esporádico o primerizo, a este humilde blog sobre literatura.
Bueno, hecho ya el saludo de presentadora de televisión, voy a lo de siempre. ¿Cómo te ha ido el mes? Porque ha pasado más o menos un mes desde la última vez que escribí, como sieeeempre. Ojalá tengas buenas (o malas) nuevas que contarme, me interesaría mucho saber de ti.
Por mi parte, pocas novedades. Sigo metida en medio de una ola de trabajo continuo que, tarde o temprano, llegará a su fin, pero que, por el momento, intento disfrutar tanto como puedo. He tenido poco tiempo para leer, desgraciadamente, pero he realizado algunos hallazgos que podrían ser interesantes.
El primero de ellos es el libro que ocupa esta entrada, titulado Obra suspendida y escrito por el inglés Evelyn Waugh. Contrario a lo que pueda parecer, sí, se trata de un hombre, a pesar de tener un nombre que evoca una figura femenina. No es algo descabellado, pues en muchos países existen nombres unisex, pero claro, si no conocemos al autor o autora, nos puede llevar a error.
Es una obra, cuanto menos, curiosa, pues, como su nombre indica, fue suspendida en 1941, es decir, no está terminada. Su extensión es de dos capítulos, básicamente descriptivos, pero que también poseen algo de acción. Sin embargo, al ser una obra inconclusa, el final no es un final real, claro está. Te quedas en medio de una historia que, de repente, se congela y de la que no puedes saber nada más. Cierto es que, al final del libro, se añade un epílogo en el que, en cierto modo, se aclara un poco el resto de la trama, pero sigue sin ser lo mismo que leer una trama realmente desarrollada.
También aparece una carta al principio de la obra, escrita por el propio Waugh, y dirigida a Alexander Woollcott, en la que le cuenta que no puede acabar la historia porque «el mundo en el cual y para el cual estaba destinado ya no existe». Para explicar esto, debemos contextualizar la obra, aunque, ya que anteriormente he mencionado el año 1941... puedes hacerte una idea, ¿verdad? Empezó la obra justo antes de que explotara la II Guerra Mundial y, debido a los grandes cambios que sufrió Reino Unido (y el mundo, en general), se vio incapaz de seguir escribiendo, a pesar de ser, según él, lo mejor que había escrito nunca.
Pero hablemos de la trama y los personajes, al menos un poquito.
El narrador es el propio protagonista, John Plant, un escritor de novelas policíacas en la treintena e hijo de un pintor inglés de cierta fama. Estando en Fez recibe una carta de su tío, en la que le comunica que su padre ha fallecido en un accidente de tráfico, atropellado por un coche, así que decide volver a Londres y arreglar los asuntos de su padre... si su tío no los ha arreglado ya. De espíritu inquieto y cansado de la rancia atmósfera aristocrática en la que su padre vivía enclaustrado, John decide vender la casa, reunir el dinero que pueda y... averiguar qué hacer con él. Vuelve a reunirse con sus viejos amigos de universidad al mismo tiempo que acaba conociendo al responsable de la muerte de su padre, un hombre de clase baja, con mil tretas escondidas en la manga, aunque de buen corazón. Un día conoce por fin a la esposa de su amigo Roger Simmonds, Lucy, y traba muy buena amistad con ella, aunque, en su subconsciente, parece haberse enamorado de ella.
Y poco más te puedo decir sin contar los dos capítulos enteros de pe a pa. Ya ves, es una novela brevísima, y es muy agradable de leer. Además, me encanta la encuadernación de Treviana. Es lo que yo llamo (y los demás también) «edición Biblia»: cuero, que no será cuero, negro con interior rojo y cinta marcapáginas del mismo color. De esta colección poseo dos libros más: El retrato de Dorian Gray y El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, dos de mis libros favoritos.
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